Durante el verano del 2008 visité la región de Extremadura en la frontera con Portugal. Cuatro años habían pasado y las marcas de un terrible incendio forestal eran tan patentes que cierto aroma a quemado formaba parte del paisaje.
Un robusto Corcho, como podía, se mantenía en pie a pesar del evidente calcinamiento. En la base de este árbol quemado encontré restos carbonizados de sus propias ramas. Con estos carbones me dispuse a dibujar el árbol.